“Cuando una persona escribe, siempre hay otra con ganas de infundirle mala conciencia”

“Cuando una persona escribe, siempre hay otra con ganas de infundirle mala conciencia”

Imagen del escritor estadounidense Stephen King, autor de ‘Mientras escribo’.
Stephen King

Como, sin ir más lejos, el propio Stephen King, autor de la frase. El libro de la que procede (Mientras escribo, 2000) está plagado de admoniciones del escritor estadounidense destinadas a infundirles mala conciencia a los que escriben. Por ejemplo, a quienes se preocupan por ampliar el léxico o por ser precisos con el lenguaje:

Recuerda que la primera regla del vocabulario es usar la primera palabra que se te haya ocurrido siempre y cuando sea adecuada y dé vida a la frase. Si tienes dudas y te pones a pensar, alguna otra palabra saldrá (eso seguro porque siempre hay otra), pero lo más probable es que sea peor que la primera, o menos ajustada a lo que querías decir.

Otros autores han apuntado críticas similares, pero quizá más específicas. Borges, en El Aleph, ya se mofaba de cierto tipo de correcciones:

Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal…

Fustiga a los que utilizan “expresiones aborrecibles” como «al final del día»

King fustiga con mayor ahínco a los que utilizan “expresiones aborrecibles” como «en aquel preciso instante» o «al final del día», aunque no explica por qué le parecen aborrecibles. Coincide aquí, como en otros aspectos, con el decálogo de Elmore Leonard, quien afirma que en las novelas nunca hay que usar «de repente» o «de pronto», y lo razona así: “Me he dado cuenta de que los escritores que usan «de repente» tienden a ejercer menos control en sus signos de exclamación”. Unos signos que le repugnan (“tienes permiso para usar dos o tres por cada 100.000 palabras escritas en prosa”), y eso que en inglés no van por pares, como en español.

Leonard y King también comparten un excluyente fervor monoteísta por decir (para ser exactos, ambos se refieren al verbo inglés to say, que es lo mismo pero no es igual que decir en español, según Luis Magrinyà en Estilo rico, estilo pobre). Advierte Leonard:

No uses más que «dijo» en el diálogo.

Lo secunda King:

Escribir «dijo» es divino.

Portada de ‘Mientras escribo’ (2000), de Stephen King.Si decir es dios, el demonio es el adverbio, que debería condenarse hasta cuando osa cumplir su función matizando el significado de otros verbos, como en la frase «Le amonestó seriamente». “Usar un adverbio de esta forma (o casi de cualquier forma) es un pecado mortal”. Son palabras de Elmore Leonard (1925-2013) que sin duda suscribiría su paisano, quien nos previene doblemente: “Desconfía del adverbio”; “De adverbios está empedrado el infierno”.

Pero el diablo es astuto, y con frecuencia se agazapa tras unos verbos en apariencia inocentes: los ―numerosos― sinónimos de decir. Como nos revela King, tales verbos equivalen en realidad a decir más un adverbio invisible que altera su divina neutralidad:

Algunos escritores intentan esquivar la regla antiadverbios inyectando esferoides al verbo de atribución. A cualquier lector de novelas baratas le sonará el resultado:

«—¡Suelte la pistola, Utterson! —graznó Jekyll.
—¡No pares de besarme! —jadeó Shayna.
—¡Qué puñetero! —le espetó Bill. No caigas en ello».

Te lo pido por favor. La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

El gran anatema narrativo de King y de otros eximios escritores es el argumento

Tanta animadversión contra el sacrílego adverbio, visible o invisible, se basa en algunas creencias. A juicio de Leonard, “el escritor se expone a interrumpir el ritmo de intercambio cuando usa este tipo de palabras”. Según King, “mediante los adverbios, lo habitual es que el escritor nos diga que tiene miedo de no expresarse con claridad y de no transmitir el argumento o imagen que tenía en la cabeza”.

Así, como quien no quiere la cosa, desde la gramática y el estilo hemos llegado hasta el epicentro de la trama, el denostado argumento, el gran anatema narrativo de Stephen King y de otros eximios escritores. Para no calentar el debate de buenas a primeras, empezaremos por una imparcial reflexión del hispano-mexicano Max Aub, antes de continuar con exabruptos de archienemigos del argumento como los españoles Javier Marías o Vila-Matas, además del propio King, y concluir con una contradicción de este último. Como colofón, añadiremos un bonus en el que el autor de Carrie nos responderá a la pregunta que todos nos hemos planteado alguna vez: ¿por qué cojones se pone uno a escribir si no es masoquista? Pero todo eso lo dejaré para una próxima entrada, que se me está enfriando el Whatsapp. Continuará →

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